Acabo de tender la última colada. Hace calor. Para mañana estará seca. Ultimo los preparativos de mi viaje…
Cinco años en estas tierras.
Estos últimos días los paso a solas en Chipude. Soledad que me permite ir despidiéndome poquito a poquito de mi pequeña dehesa, nuestro Chipude particular…
Así que he procurado mimarme: amaneceres algo tardíos (los pájaros han sido mi despertador), desayuno campestre: zumo de naranja, café con leche y azúcar moreno, tostadas de pan integral con cereales, con un poquito de aceite de oliva y una rodaja de tomate (de la huerta); todo servidito en la terraza 🙂
Volveré, volveremos. No me cabe la menor duda. Pero sé que será diferente.
El ciclo de la vida vuelve a regalarnos otro itinerario. Ahora toca de nuevo “Las Canarias” como dicen por la península. Este verano viajamos allí, diríamos que fue un reencuentro… respiramos el mar, escuchamos el sonido dulce isleño, nos dejamos abrazar por la familia, nos dieron la mano nuestros amigos, y el peque Robertito, ahora convertido en el adolescente Robert sintió que ése sería de nuevo su hogar. No pudimos resistirnos.
Durante estos días apenas he paseado por la finca, ni siquiera acercarme a la cuadra, a los caballos. No sé por qué… Hoy, mientras terminaba mi desayuno, las yeguas Arquitecta y Arqueóloga pastaban junto a la casa. Parecía que venían a verme…Y me acerqué.
Fue Arquitecta la que se quedó junto a mi… y le susurré mi despedida; le di las gracias por aquella mañana…
Ocurrió en nuestro primer invierno en la finca, recién llegados. Nota: a estas alturas de mis relatos, bien es conocido que era una urbanita aprendiendo a ser granjera 😛
El día amaneció frío pero de un intenso cielo azul, espléndida mañana para pasear aunque de aquélla mi corazón estuviese demasiado triste para saborearlo. Aún así me calcé botas y forradita por dos pares de calcetines anduve una media hora. Me cobijé bajo una tupida arboleda y lloré. Cerré los ojos y lloré desconsoladamente.
Cuando sentí que ya había pasado la tormenta y lo que necesitaba era un pack enterito de clinex, abrí los ojos y… ¡vaya! no estaba sola, las dos yeguas estaban a mi lado, ¡ni las había oído! La urbanita se quedó paralizada, un pelín asustada … Fue entonces cuando la torda, Arquitecta, se acercó despacito y comenzó a darme pequeños mordiscos en mi chaqueta. Además de paralizada y asustada, perpleja, ¿qué se supone que estaba haciendo? Me dejé llevar y la acaricié. Entonces fue cuando me di cuenta que sus mordiscos eran intencionados, ¡no me lo podía creer!: ¡¡¡me estaba consolando!!!. Entonces sonreí, sonreí mucho y me animé a continuar el paseo. Pero las yeguas no se separaron de mi. ¡¡¡Y me sentí Pipi Calzaslargas, flanqueada por dos caballos!!! De aquella nuestros perritos Timi y Oso estaban con nosotros y también se unieron a la comitiva. Recuerdo que no pude resistirme y reí a carcajadas!!!!
Desde entonces me siento privilegiada en estas tierras. Por eso sé que Arquitecta hoy ha venido a despedirse. Yo también lo hago ahora; mis relatos han sido mi lienzo virtual (y es que de pequeña apuntaba a ser la Jó… pero esa es otra historia…) 🙂
Mi corazón también está en esta tierra.
Gracias Extremadura.
Gracias a todos los que nos habéis regalado sonrisas.